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11-S: seis años después
Publicado por Raimon Obiols | 12 Septiembre, 2007
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Recuerdo bien mi once de septiembre del 2001. Yo estaba reunido en la Comisión de exteriores del Parlamento europeo, y vino a encontrarme Pau Solanilla (que entonces trabajaba conmigo), con un rostro visiblemente preocupado. Me dijo que había noticias confusas sobre un gran atentado o accidente en las Torres gemelas de Nueva York. Aparentemente, un avión se había estrellado contra una de ellas. O quizás era una avioneta. Le comenté que podía tratarse de un accidente, porque el espacio aéreo de la ciudad era muy “permisivo”, y le dije que informara en Iannis Sakellariou, el coordinador de nuestro grupo en Exteriores. Yo mismo lo hice con Pasqualina Napolitano, que estaba sentada a mi lado. Pocos minutos después, Elmar Brok, un democristiano alemán, que presidía entonces la Comisión, comunicó que “alguna cosa grande sucedía a Nueva York” y suspendió la sesión. Subimos deprisa a mi despacho y seguimos el hilo de los acontecimientos por la CNN. Recuerdo también mis impresiones: un ambiente de catástrofe se iba creando, y la certeza de que se trataba de una cadena de atentados que sólo podía proceder de fanáticos religiosos, porque sólo una sorda intensidad absoluta podía llevar a tanta gente a la inmolación. Pensé también que, en aquella acumulación súbita de acontecimientos impensables, el hecho más increíble era tal vez que los servicios de inteligencia más poderosos y sofisticados del mundo no habían detectado nada.
Pocos días después yo estaba en la agrupación socialista de Gijón y el transcurso de la reunión, lógicamente, los hechos del 11-S ocuparon la discusión. Un trabajador comentó, a propósito de los terroristas: “Yo los entiendo”. Recordé que Ricard Torrell me había comentado las llamadas telefónicas de algunos de sus amigos africanos, que iban también en la misma dirección: “éso tenía que acabar pasando”, “no entendéis nada”, “nosotros tenemos fe y vosotros no”, etc. Y respondí al compañero asturiano que, si bien hacía falta un esfuerzo para “comprender”, el simple discurso “justificacionista” no nos llevaría a ninguna parte, de la misma manera que el de la “guerra contra el terrorismo” implicaría una militarización del problema que lo exasperaría al límite. Lo que hacía falta era ir a las raíces de la confrontación y secarlas, liquidar política, social y culturalmente los “yacimientos de odio”. Me parece que estos planteamientos son hoy, seis años después, mucho más necesarios y urgentes que entonces.
En diciembre del 2001 preparé un papel (“Després de l’11 de setembre, el paper de la UE“) que ahora he releído. No me desdigo.
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