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Partidos inteligentes
Publicado por Raimon Obiols | 11 Septiembre, 2007
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En general, en Europa, las relaciones actuales entre política y sociedad son pésimas. En una de sus últimas intervenciones públicas, Bruno Trentin decía que se está produciendo un “décrochage total” entre los partidos políticos y los ciudadanos (Confrontations, mayo 2006, http://www.confrontations.org/).
Es frecuente interpretar esta situación como un alejamiento fatal entre una sociedad cada vez más individualizada y la cosa pública. Pero una situación de distancia y desconfianza no tiene que interpretarse erróneamente como un estado de despolitización. La tendencia a la individualización es una realidad de nuestro tiempo, pero de hecho, con lenguajes y énfasis diversos, con protestas, con escepticismo o desconfianza hacia “los políticos”, con abstención creciente, o con una sensibilidad acentuada hacia los planteamientos identitarios y populistas, las sociedades europeas están mostrando una nueva demanda de política. En anchos sectores de la sociedad (que ha cambiado y cambia aceleradamente), las posiciones progresistas son mayoritarias pero pasivas: conviven con sentimientos de desconfianza hacia la política y de escepticismo o inseguridad de cara al futuro. Eso no implica, como algunos afirman, que la evolución de la sociedad individualizada se vaya fatalmente hacia la derecha. Más bien parece indicar otros fenómenos, en los que hay que dar respuesta. Se trata de una serie de fenómenos concomitantes: el espectáculo de la “política de mercado”, muy concentrada en mensajes banalizados y en liderazgos mediáticos; el agotamiento del modelo fordista y de las viejas formas de organización de masas; la complejidad creciente de los problemas y de la gestión de los mismos (que provoca la sensación de una convergencia y de una indiferencia entre los grandes partidos de gobierno: “todos iguales” (o, en Francia “tous pourris”), etc. Todos ellos tienden a generar la percepción de un desequilibrio creciente entre, por una parte, la potencia de la economía, de la tecnología y de los poderes transnacionales y, de la otra, las limitaciones del poder ciudadano y de la democracia.
El “sentido común” progresista, en la medida en que es pasivo, permite una segregación de la política en manos de núcleos profesionales. Pero éstos van perdiendo legitimidad, en un contexto de “desacralización” del poder y de la autoridad, de secularización ideológica, de autonomía y de individualización de la sociedad. Todo eso genera una creciente demanda de innovación y de cambio en la política y en los partidos, con nuevas propuestas y programas, nuevos lenguajes y relatos, nuevos métodos y nueva organización. Requiere también una superación de la “política de mercado”. Buena parte de la desconfianza ciudadana se encuentra en el papel “antipolítico” que, en diversos aspectos, ha ido tomando la política ultra-profesionalizada, marcada por un carácter elitista y autorreferencial. El rescate de la política democrática solo podrá conseguirse con la riqueza del debate, la calidad de nuevos planteamientos, la posibilidad de generar procesos participativos de generación de opiniones, las garantías formales contra el poder de aquéllos que ven en el electorado una simple realidad manipulable, o ven en las elecciones el único elemento del debate político, que lo condiciona todo (en el sentido del “eso no se puede decir, porque hay elecciones a la vista”, evitando el debate de cuestiones justas y necesarias. Como ha escrito Vittorio Foa, esta actitud “no es solo una deslealtad sino una estupidez”, porque hay dos maneras de acercarse a los ciudadanos: “una es dirigirse a sus sentimientos egoístas y exclusivos, con la propaganda; la otra es apelar a los sentimientos cívicos, al ser adultos y por lo tanto no esclavos de la propaganda”.
Es vital que los a los que pertenecemos o damos apoyo sean realmente los titulares democráticos de unos proyectos apoyados en una opinión colectiva y en desarrollo. Eso implica dar prioridad al desarrollo de “partidos inteligentes”, es decir situados en la perspectiva y los intereses no de una “clase política” segregada, sino en la perspectiva y los intereses de los ciudadanos y ciudadanas como elementos protagonistas. Los “partidos inteligentes” tienen que situarse no solo en terreno de las instituciones sino que en el terreno de la ciudadanía, en la sociedad civil, y partiendo de este punto, tienen que aspirar a jugar una función en “diagonal”, de facilitación de diálogo, debate e iniciativas, entre el mundo “horizontal” de la sociedad civil, de sus opiniones, sus movimientos y asociaciones, y el mundo “vertical” de los partidos y las instituciones democráticas. Eso implica situarse en un terreno de frontera, de contacto entre “insiders” y “outsiders”, entre “verticales” y “horizontales”, entre afiliados y responsables del mundo político y de los movimientos y asociaciones de la sociedad civil. Los territorios de frontera acostumbran a ser los más interesantes, los más fecundos y significativos. Se pueden producir, paradójicamente, procesos simultáneos de mestizaje y de descontaminación. Producen conexiones fértiles y evitan la anquilosis de los “ghettos” mentales que las posiciones de aislamiento autorreferencial, de “autismo” institucional y mediático, generan inevitablemente.
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