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Partidos sostenibles
Publicado por Raimon Obiols | 10 Septiembre, 2007
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En un buen reportaje sobre la arquitectura europea actual, en El País semanal de ayer, Anatxu Zabalbeascoa escribe que se detectan tres grandes tendencias: el “modelo suizo”, de formas sencillas y materiales sólidos, el “modelo holandés” industrial, denodado y rápido, y en tercer lugar una tendencia más discreta, que “busca más solucionar que clasificarse”. Sitúa en esta tercera orientación los trabajos de Anne Lacaton y Jean Philippe Vassal, una pareja de arquitectos franceses que “conservan el patrimonio existente”, y con propuestas “económicas y lógicas” hacen proyectos que “se leen hoy como revolucionarios” y podrían convertirse en “el estandarte de buena parte de la arquitectura que viene”.
Esta clasificación podría resultar útil, salvando todas las distancias, para evaluar las tendencias con respecto al futuro de los partidos políticos en Europa. Nos encontraríamos, así, con una tendencia más “clásica”, a mantener partidos “sencillos y sólidos” sobre la pauta de las grandes familias ideológicas y políticas tradicionales, una tendencia “denodada”, orientada a construir rápidamente nuevos partidos, y una tendencia “sostenible” que pretende conservar el patrimonio existente mediante intervenciones lógicas, económicas y, cuando hace falta, “revolucionarias”. Yo creo que las dos primeras tendencias no son acertadas, porque no apuntan a propuestas sostenibles. Por eso soy partidario de la tercera tendencia.
Por una parte, mantener a los partidos tal como eran (y tal como en buena mesura son todavía) vierte a una crisis grave, porque se trata de estructuras de otro tiempo que, en la sociedad actual acentúan sus aspectos más negativos: imposibilidad de participación significativa de la base de los afiliados, creciente deslegitimación de unos grupos dirigentes más interesados en el poder que en el proyecto, pérdida de capacidad motivadora y movilizadora, “mediocratización” de un reclutamiento que tiene por motivación casi exclusiva la obtención de un cargo, etc. De la otra, la invención de nuevos partidos tiende a fragmentar y a hacer efímero el mapa político, a acentuar el liderazgo frente de la participación democrática permanente, y en instalarse en la profesionalización “americana” (el peso determinante del dinero disponible y de las correspondientes campañas mediáticas (no solo en las elecciones sino también dentro de los partidos), programas basados principalmente en las encuestas, etc.), con el riesgo de no resolver sino de empeorar el panorama. Además, esta tendencia, en el campo de la izquierda, implica casi indefectiblemente al esquema de las “dos izquierdas” (una más pragmática y acomodaticia, la otra más radical) que tan negativo fue en el siglo pasado, y que, ahora cómo señala Jordi Borja, parece apuntarse de nuevo.
Necesitamos partidos sostenibles, es decir, grandes agregaciones humanas en torno a un proyecto de larga duración, de unos objetivos de futuro compartidos, de unas raíces sólidas en el presente y en el pasado, y con una gran capacidad de adaptación a los cambios (que puede implicar, cuando es necesario, la generación “revolucionaria” de “nuevos comienzos”). La razón de esta necesaria sostenibilidad de los partidos, solo posible con proyectos de larga continuidad, sólidamente anclados en cimientos políticos y culturales comunes, y en los principios de la participación democrática efectiva, es que un sistema de partidos sin una amplia implicación real de muchas personas significa indefectiblemente el dominio político-mediático del dinero y de las correlaciones de poder existentes. Y ésta no puede ser una perspectiva aceptable desde la izquierda.
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