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    Arte encontrado

    Publicado por Raimon Obiols | 18 Junio, 2012


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    Somos, o intentamos ser, racionales. Pero a veces te pasan cosas que te dejan clavado. Casualidades, el azar… pero sin embargo! ¿Quién no ha vivido algún momento que parecía mágico?¿Pensar en una persona y encontrártela en la esquina? ¿Tener una premonición que aparece plenamente confirmada? ¿Vivir un episodio que te parece que ya has vivido?

    He tenido algunos de estos momentos, que brillan en la memoria como puntas de diamante. Hace años me dejaba caer de vez en cuando en la tertulia que Ramón y Montserrat Carrera, propietarios del restaurante Sí Señor de la calle Mallorca, organizaban cada miércoles, con un grupo heterogéneo, ruidoso y divertido: Quico Sabaté, Joan Manuel Serrat, el fotógrafo Catalán Roca, Joan Gardy Artigas, Núria Candela, el pintor Santi Moix y otros. Brossa comía indefectiblemente un huevo frito y unas lionesas de nata; “en concepto de collage”, decía el poeta, siempre visual.

    Un día, saliendo con él del restaurante, vi con sorpresa como aquel poeta fascinado por Wagner y la magia, debelador de todas las petulancias (“El único pedestal son los zapatos”, dice uno de sus epigramas), se paraba, se ponía la mano en el pecho y me señalaba con solemnidad una vieja llave de hierro que la apisonadora había incorporado, rotundamente y para siempre, en el alquitrán de la calle Mallorca, esquina Aribau. ”Mira, Raimon: un fósil!”, Me dijo. Aún debe estar. Si te fijas bien, de llaves se encuentran y Joan Brossa acababa de encontrarse una. Aquel hallazgo era tan rotundamente brossiano que quedé KO.

    “¿Dónde he dejado las llaves …”, se preguntaba Foix en un desesperado poema de los años cuarenta del siglo pasado; muy actual, por desgracia: “El demonio escondido tras un árbol me llamó, sarcástico, y me llenó las manos de recortes de periódicos [...] ¿Qué dicen por la radio?/ Tengo frío, tengo miedo, tengo hambre … “El recuerdo de aquel poema me llevó, del cruce del Eixample donde me encontraba con Brossa, a una cala del Cap de Creus de mis doce años, donde habíamos llegado, en una barca entre mar y nubes, viniendo del Port de la Selva, mi padre, el poeta Foix y el pescador Joaquim Cervera, a quien Sagarra había dedicado su Balada del clavel morenito. Volvía a ver Foix, obsesionado arriba y abajo, como buscando las llaves perdidas, y mostrándome luego su arte encontrado: huesos de sepia pulidos por el mar y encalados por la sal, ramas roídas por el viento, raíces secas y duras como minerales.

    Sesenta años más tarde, en la otra punta de nuestro mar hipnótico, estaba en la playa de Molibos, en Lesbos. Encontré un guijarro no mucho más grande que un huevo de codorniz, mostrando con una elegante precisión tipográfica un signo de interrogación. Aquel era, al cabo de los años, mi objeto encontrado. Me pregunté si aquel interrogante era una llave encontrada que incitaba a seguir indagando o a la resignación de la duda. Quiero creer que apuntaba a la necesidad de la indagación permanente. “Somos criaturas que no dejamos de inquirir y de equivocarnos”, ha escrito Steiner, hablando de los humanos. Es mejor correr el riesgo de equivocarse, de “equivocarse cada vez mejor”, como decía Beckett, que no caer en la pasividad improductiva y resignada de los olvidadizos, los indecisos y los desconfiados.

    Hace quince días descubrí, a cincuenta metros de casa, en Bruselas, una pequeña placa de latón, de 10 x 10 centímetros, incrustada entre los adoquines de la acera, con este texto: “Ici habitait Chana Minc / Nee 1908 Pologne / Arrêtée 29/05/1942 / Détenue Drancy / Déportée Auschwitz / Assassinée 20/09/1942 “.

    Estos “pavés de mémoire”, como dicen aquí, puestos delante de las casas donde vivieron y de donde partieron hacia los campos de concentración y exterminio, llevan la inscripción del nombre y el destino de las víctimas de la Shoah.

    Ahora, si buscas llaves en internet, encuentras muchas. Quise averiguar quién había sido Chana Minc. Poco encontré: nacida en Sandomierz, una pequeña ciudad al este de Polonia, fue trabajadora del textil, concretamente, devanadera.

    Poca cosa, excepto unas palabras de su hija, Helene Descamps, adoptada por una familia belga, que me daban una llave a través de los años: “Evidentemente es más fácil pasar página, pero es mucho más peligroso. Hay que saber, hay que comprender, hay que analizar, integrar, ponerse en cuestión y revaluar permanentemente nuestra forma de ser, de vivir y de educar “. Otra pieza de arte encontrado.

    Diario Ara, 17 de junio de 2012.

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