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Comunicación, manipulación
Publicado por Raimon Obiols | 20 Abril, 2011
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Vivimos una época de mediatización de la política y de politización (directa u oculta, subliminal) de los grandes medios de comunicación. El factor de “mediatización” o, si queréis, paradójicamente, de “inmediatización” de la política y los mensajes políticos, sobre todo en la televisión, es un rasgo característico de nuestro tiempo. Si Émile Zola tuviera que dirigirse hoy al presidente de la República Francesa a propósito del asunto Dreyfus, no podría limitarse a un artículo en la prensa escrita, pero en la televisión podría exclamar “J’accuse!” Y no podría añadir mucho más.
En la televisión privada se tiende a borrar la frontera entre información y entretenimiento. Se produce una “extraversión” de las cuestiones privadas en la arena política hasta extremos inéditos: un presidente francés, Sarkozy, sucedió Eric Clapton y Mike Jagger en las preferencias de una ex modelo y cantante, y la noticia se convirtió en un elemento sustantivo de su comunicación política. Es un fenómeno que ha sido bautizado con el término de “pipolización”.
También borra la frontera entre comunicación y simple manipulación emocional. En la campaña de reelección de Bush, en 2004, jugó un papel importante el videoclip más caro de la historia (6,5 millones de dólares), difundido en las cadenas de televisión y en Internet, presentando la historia de Ashley, una adolescente que perdió la madre en los atentados del 11 de septiembre.
Cuando hay poderes económicos y políticos que controlan una porción sustancial de los medios audiovisuales (el caso de la Italia berlusconiana ha sido hasta ahora el ejemplo extremo) los efectos tóxicos de la manipulación política se convierten en acopios: estos poderes fijan la agenda (de que se habla y de qué no se habla), determinan los ángulos de visión (desde qué punto de vista se plantean las noticias y los temas “a debate”), imponen los criterios dominantes (como se juzgan las cosas, qué principios destilan los juicios, qué valores difunden, qué prestigios se crean). Es el despliegue de una política mediática que apunta a la captación emotiva de las personas, sustituyendo la información equilibrada y la argumentación plural por un espectáculo dominado por la manipulación. Más que de democracia de opinión se podría hablar, en este sentido, de democracia de emoción.
Algunos profesionales de la estrategia y comunicación política en Estados Unidos tienden a distinguir el “statecraft” (‘la acción de gobierno’) de la “Stagecraft” (‘los escenarios de la comunicación simbólica y emocional’). Los más radicales afirman que en la sociedad mediática la manipulación emotiva no es ya un complemento sino un verdadero sustituto de la acción concreta de gobierno.
Esta doctrina tiene hoy su particular concreción en Cataluña.
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