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Nos quieren dividir
Publicado por Raimon Obiols | 3 Septiembre, 2010

No va ser casual que Franco designés com a primer governador civil de Barcelona Wenceslao González Oliveros, catedràtic de filosofia del dret i fervent admirador de Hitler, que en ocupar el càrrec, l’agost de 1939, va deixar ben clara la missió que tenia encomanada: ““Cuarenta años de progresiva desespañolización de Cataluña exigen un esfuerzo inmediato y contínuo de signo contrario. En la reespañolización cultural de Cataluña espero poner lo principal de mi empeño, desde la primera enseñanza a la alta cultura”. Se ha conservado un borrador de discurs de aquel governador que és d’una comicitat sinistra: “Os anuncio yo, castellano cien por cien, ribereño del Duero, que a esa amable y admirable Cataluña infalsificada, si se la pone en condiciones de consumar fisiológicamente el proceso de su liberación y rectificación internas, y de acelerar el pequeño ocaso de sus pequeños dioses fracasados, pronto reanudará su antigua y egregia colaboración al Idioma Nacional, en tal medida que podrá decírsele sin reticencia, zozobra ni disgusto, antes bien con el mismo amplio gesto acogedor y fraternal que a Galicia y Asturias: «Germans espanyols de Catalunya: parleu també cátalá, si us plaut [sic]»”.
La referencia a la “consumación fisiológica”, que recuerda el discurso de un presidente del gremio de fabricantes de Sabadell que, dando la bienvenida a Franco, dijo que su ciudad “tenía para el invicto Caudillo una deuda de gratitud que reclama su satisfacción inmediata“, merecería un análisis freudiano para el que no tengo tiempo, ni ganas ni competencias. Pero una reflexión se impone: ¿en qué manos estábamos! Aquel gobernador civil perdonavidas, las vidas, no las perdonaba: ha sido definido como “uno de los maximos ejecutores de la poética represiva del régimen”. En Barcelona sobresalió: el historiador Solé i Sabaté ha contado que en su mandato, de julio de 1939 a diciembre de 1940, se produjeron el 85 por ciento de las ejecuciones de la posguerra, entre ellas la del presidente Companys. Fue premiado con la presidencia del Tribunal Nacional de Responsabilidades Políticas en Madrid, donde continuó su labor.
Si evoco esto no es por un afán de reabrir viejas heridas. Naturalmente, ni se me ocurre equiparar los magistrados que votaron la sentencia sobre el Estatut con aquellos monstruos del pasado. Pero sí creo que es legítima y útil la comparación. Para los franquistas de 1939 los catalanes éramos unos traidores de lesa patria que había que perseguir y asimilar brutalmente. Para estos magistrados del 2010 los catalanes nos hemos equivocado y hay que corregirnos. La corrección que pretenden es doble. En primer lugar, quieren recortar el Estatut, corrigiendo la pàgina al pueblo de Cataluña y a sus representantes democráticos, modificando restrictivamente el pacto que establecimos con el ejecutivo y el legislativo español y que fue ratificado en referéndum. Pero, en segundo lugar, nos quieren corregir a nosotros, porque nos ven como una anomalía, un error y una indisciplina. No sólo quieren rectificar el Estatuto, sino que quieren corregir Cataluña. ¡Qué pretensión inútil y qué pérdida de tiempo! Y qué fuente de provocación de conflictos!
Tras cuatro años de normalidad en la vigencia y aplicación del nuevo Estatut, un Tribunal Constitucional dividido y deslegitimado, tras un proceso penoso, anómalo y degradado, ha creado, de una manera artificial e irresponsable, una situación muy grave. Durante estos cuatro años, el nuevo Estatut no ha generado ningún problema relevante, ni en los derechos ciudadanos, ni en el funcionamiento de las instituciones y los servicios públicos, ni en las relaciones entre nuestras instituciones nacionales y las del Estado central. En una situación de crisis económica y social, no se ha producido ningún problema ni en la convivencia diaria de la ciudadanía ni en la unidad civil del pueblo de Cataluña.
Por el contrario, la sentencia del Constitucional ha empezado a generar una situación que el nacionalismo español ha perseguido de manera calculada. La derecha española pretende romper los consensos básicos de la sociedad y de la política catalanas. Quiere crear una situación de confrontación entre sentimientos encontrados de identidad, una división de Cataluña. En el País Valenciano eso le ha dado unos réditos considerables. En Cataluña no les deberíamos hacer el juego.
Todavía ayer, saliendo de Barcelona, vi algunas banderas en los balcones, y han pasado bastantes semanas de la manifestación del 10 de julio y del final del mundial de Johannesburgo. En un edificio de Sant Andreu había una bandera en el primer piso, una bandera española en el tercero y una estelada en el ático. Es una señal minoritaria, pero no es anecdótico.
Vemos en acciones políticas de fabricación de confrontaciones identitarias y lo peor que podría suceder hoy en Cataluña sería el divorcio progresivo entre estas políticas, cada vez más excitadas y gesticulantes, y una sociedad cada vez más escéptica y abstencionista.
Ahora que entramos en un período electoral es exigible que, por encima de las diferencias democráticas, reforcemos la conciencia de los ciudadanos y ciudadanas de Cataluña, sean cuales sean sus sentimientos de identidad, de pertenecer a una nación que es de todos y que sólo podrá ser si es de todos. Esta conciencia común de todos los ciudadanos y ciudadanas de Cataluña es la condición imprescindible de nuestra libertad y de un proyecto de futuro compartido y mejor.
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