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Jordi Font: El reto de las finanzas globales
Publicado por Raimon Obiols | 10 Junio, 2010
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Un buen artículo de Jordi Font en el Avui:
No ha sido sólo Zapatero. Los gobiernos europeos, sin excepción, han notado, en mayor o menor intensidad, la pistola en el pecho. Eran los mercados financieros, mientras susurraban al oído de los encañonados: “Ustedes no nos acaban de inspirar suficiente confianza: o emprenden un ajuste draconiano, que suponga bajar el déficit al 3% para el 2013, o los hundimos ahora mismo en la miseria “. No importa que esa voz coral incluya los tonos de los derivados financieros más opacos, los productos especulativos de destrucción masiva. No importa tampoco que estos productos hayan sido el desencadenante de la crisis ni que el consiguiente pago público de los rescates bancarios haya contribuido gravemente al incremento de los déficits estatales. La aceptación incondicional y silenciosa de los gobiernos hace pensar en la suerte del rehén, obligado a hacer bondad y abocado al síndrome de Estocolmo.
ANDRÉ BORGES, MINISTRO SUECO de finanzas, ha osado descararse y señalar las “manadas de lobos”. Y Felipe González, nada sospechoso de radicalidades, ha apuntado la receta: “El sistema financiero [...], que nos ha llevado a esta catástrofe, debe ser regulado y controlado. La paradoja se hace cada vez más chocante para todos: sus errores [de los actores financieros] nos han llevado a las operaciones de rescate y, ahora, atacan a los gobiernos por los desequilibrios que estos rescates han provocado. Hay que cambiar el funcionamiento de estas instituciones, de estos fondos sin control, de estas figuras llenas de humo y mentira “.
PARECE CLARO QUE LOS GOBIERNOS, hoy, tienen que hacer, de manera inexcusable, el camino del ajuste. Pero también es cierto que no hay una sola manera de hacerlo y que podría hacerse de maneras más flexibles y progresivas, que no frenan la incipiente recuperación, compatibles con un papel público dinamizador, favorables al incremento de la ocupación y la demanda. Podría hacerse en otros plazos, sin los graves costes sociales que causan las urgencias impuestas por los mercados financieros.
JOHN MAYNARD KEYNES nos había enseñado a manejar el déficit y constatar que, dentro de la economía de mercado, era posible un predominio suficiente de la política; que era viable un capitalismo regulado, capaz de compensar la ley del más fuerte, de atender los derechos básicos de las personas, de construir una sociedad basada en la libertad y al mismo tiempo en la justicia. Esto dio lugar al Estado de bienestar, con el que el Estado de derecho, la democracia, ganó un elevado grado de legitimidad en Europa: además de ser la garantía de una persona, un voto, se había convertido también la herramienta de la redistribución de la riqueza, de la igualdad de oportunidades, de la protección social. Fue la era gloriosa de la socialdemocracia europea.
CON LA REVOLUCIÓN TECNOLÓGICA, sin embargo, la economía ha saltado del ámbito estatal al ámbito global. Es decir, de la regulación a la desregulación y a la jungla, sin ningún tipo de gobernación democrática, donde impera la ley del más fuerte sin paliativos. Esta es la realidad que muestra el espectáculo de los gobierno democráticos de todos los colores encañonados contra la pared. Entre ellos, los gobiernos de izquierda, desposeídos de su discurso regulador. En este caso, el vacío narrativo es colosal e insoportable. Todo el mundo, de agrado o desagrado, puede asumir restricciones, pero nadie que no sea un cínico no puede asumir la liquidación de todo horizonte deseable. No es el caso de ahora, pero el mutismo que produce la mordaza financiera hace que lo parezca.
HAY QUE VOLVER EN SI Y RECUPERAR LA VOZ. Y decir bien claro que no podemos limitarnos a obedecer el dictado de los mercados financieros, sino que añadimos a este imponderable un discurso y unas políticas que van más allá, superadoras de este estado de cosas: la culminación urgente de la Unión Europea y el impulso de una convergencia global, con los otros grandes poderes regionales del mundo, para establecer un grado suficiente de gobernación global, destinada a recuperar la preeminencia de la política democrática sobre la economía, la preeminencia de la responsabilidad moral sobre el cinismo. En primera instancia, es un desafío a la izquierda, al socialismo democrático. Pero no sólo: es también y sobre todo un desafío a la democracia misma.
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