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Con la mejor de nuestras sonrisas
Publicado por Raimon Obiols | 20 Junio, 2007
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Tengo que decir que las sonrisas me encantan y que, aunque no soy una persona de expresiones risueñas (un periodista escribió una vez que era porque yo tenía los dientes demasiado grandes y tenía razón: de pequeño los amigos me apodaban “dentotes”), no tengo ningún inconveniente en sonreír, con mesura y siempre que haya motivo. Pero ahora empiezo a estar inquieto. Por una parte, haciendo zapping, veo que en la televisión las sonrisas son cada vez más amplias y permanentes, y que algunos hacen sobre eso una explícita declaración de principios: “Nos despedimos con la mejor de nuestras sonrisas”, dicen, por ejemplo, quienes cierran diariamente este programa siempre interesante, por un motivo u otro, que es “España en directo”. También en las campañas electorales la sonrisa se multiplica y ensancha. Los candidatos y candidatas sólo la abandonan en algún momento especialmente agrio de un debate, probablemente al precio de una posterior recriminación del asesor de imagen correspondiente. Me parece que también en esta materia se producen cambios rápidos en nuestra sociedad: estamos asistiendo a la expansión y ensanchamiento de las sonrisas y tal vez, correlativamente, a una lenta y constante devaluación de su viejo significado. Ya no sabemos demasiado bien qué quiere decir una sonrisa, como la tenemos que interpretar, qué valor debemos atribuirle. Es como si se produjera una progresiva orientalización de nuestros hábitos faciales: todos nos vamos pareciendo a chinos y chinas sonrientes. Y es bien sabido que los chinos sonríen siempre, incluso cuando discuten, incluso cuando están enfadados: un admirable esfuerzo de cortesía milenaria acumulada, que se perpetúa de forma cotidiana. Pero no es, o al menos no era, nuestro caso. La paradoja es que en China y Japón esta vieja sonrisa oriental va cediendo terreno en dirección justamente contraria a la nuestra: no sólo las modas sino también los propios rostros de la juventud se occidentalizan, se hacen menos sonrientes, más serias, más sometidas a una voluntad de imagen dura o de romántica melancolía. Quizás por eso ahora, en el Japón, se ha presentado un aparato fotográfico que detecta las sonrisas y borra automáticamente las fotos de los rostros serios. En Occidente y en Oriente, quien no sonría no saldrá en la foto.
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