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    Pittsburgh

    Publicado por Raimon Obiols | 28 Septiembre, 2009


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    La cumbre del G20 reunida en Pittsburgh el 24 y 25 de septiembre podía haber ido mucho peor, si recordamos dónde estaba la economía global ahora hace un año. Eso no quiere decir que haya ido muy bién.

    Ahora hace un año, con la bancarrota de Lehman Brothers, había explotado el miedo de una bancarrota generalizada del sistema financiero, de la caída a plomo de las economías más desarrolladas, de una nueva Gran Depresión. Ahora parece haberse evitado el desastre. El mes de abril pasado, en Londres, la reunión del G20 consiguió mostrar una determinación común de los dirigentes, restaurar una cierta confianza, afirmar un enfoque multilateralista, una voluntad de acción pública y de supervisión de los mercados financieros. Pero ahora, en Pittsburgh, habrían hecho falta respuestas más concretas de lo que se han producido. La cuestión inquietante es que los responsables políticos no parecen querer o poder ir al fondo de la cuestión.

    En Pittsburgh ha habido, naturalmente, algunas noticias positivas. El simple hecho de que los dirigentes de las principales economías del mundo, que representan el 85% del PIB mundial, se reúnan de manera periódica es positivo. También lo son la voluntad de continuar las políticas de relanzamiento y el peso creciente de los países emergentes en estos encuentros y en el FMI. Pero como la crisis global no es un accidente episódico sino el resultado de desequilibrios fundamentales, es extraño que a pesar del optimismo oficialmente proclamado, los expertos se hayan mostrado mayoritariamente críticos a la hora de valorar los resultados de la cumbre.

    Reconocer que los insoportables desequilibrios y desigualdades generados por la hegemonía del fundamentalismo de mercado son el origen de la crisis actual tendría que ser el punto de partida de unas reformas necesarias. Pero el G20 ha hablado de la crisis como sí fuera únicamente financiera y bancaria, y tampoco ha avanzado en la reforma de un sistema financiero que mantiene en su interior muchos elementos productores de nuevos desequilibrios y crisis.

    Los dirigentes del G20 han preferido abordar los aspectos simbólicamente más visibles (los “bonos”, los paraísos fiscales) en vez de abordar los problemas fundamentales de la reforma financiera. Esta “modestia” del G20 en materia de regulación de las finanzas globales muestra la debilidad de los gobiernos ante el poder del gran capital financiero global. La longitud del documento de conclusiones finales de la cumbre de Pittsburgh contrasta con el carácter limitado de los acuerdos efectivos. Es una mala noticia con respecto a posible nueva deriva de la situación actual, solo precariamente enderezada, o a la prevención de nuevas crisis futuras.

    La pusilanimidad del G20 a la hora de hacer frente a la cuestión escandalosa y peligrosa de los “bonos” es reveladora de esta situación. Estas bonificaciones no son solo un procedimiento que todo el mundo considera escandaloso; constituyen también un sistema tan peligroso como sería dejar circular aparatos de Fórmula 1, sin limitación de velocidad, por nuestras carreteras y autopistas. Simbolizan el carácter nocivo de un capitalismo irresponsable que busca únicamente la máxima rentabilidad del capital al más corto plazo.

    El fondo de la cuestión se encuentra en problemas que la reunión de Pittsburgh no ha tocado o sólo ha abordado tangencialmente: la necesidad de respuesta a los enormes desequilibrios comerciales y financieros y a la crisis de la deuda.

    La necesidad de una reforma financiera, con una organización mundial de las finanzas capaz de supervisar y regular eficazmente los mercados, no ha encontrado respuesta a Pittsburgh. La principal razón se encuentra en el hecho que, a pesar de los centenares de miles de millones (de los contribuyentes) destinado a salvar las bancas, éstas disponen de una amplia capacidad de presión y de grandes márgenes de maniobra enfrente de los gobiernos. El anuncio, en plena reunión del G20, que el gigante bancario HSBC había decidido desplazar su dirección de Londres a Hongkong es sintomático: la crisis tiende a reforzar y agrupar la banca más potente (las finanzas globales) y los gobiernos (la política nacional) ven así todavía más limitada su capacidad de acción.

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