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¿Enriqueceos?
Publicado por Raimon Obiols | 8 Junio, 2007
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David Miró ha publicado un artículo muy interesante sobre los últimos resultados electorales en el País Valenciano (en “El Periódico”: El tsunami valenciano). La tesis central de Miró es que “el PP ha aprovechado su dominio político, social, económico y mediático para promover una nueva escalera de valores que les blindara en el poder”. Y cita, en este sentido, “un prócer de la izquierda valenciana”: “El país ha cambiado y nosotros no nos hemos enterado”. En esta nueva realidad, comenta Miró, “no importa que haya un accidente de metro con un resultado de 42 muertes a causa de una deficiente señalización, no importa que un alcalde o un presidente de diputación estén imputados por diversos delitos de corrupción, no importa tampoco que los medios de comunicación públicos estén descaradamente manipulados, y no importa que el partido gobernante haga trampas con el padrón” (…) “En la nueva escalera de valores lo que cuenta es otra cosa: ganar dinero rápido y hacer ostentación pública de esta riqueza. Todos los que se interpongan, es decir, izquierda reglamentista, nacionalistas románticos o ecologistas buenos jans, son enemigos del progreso; los aguafiestas de turno. Francisco Camps y el PP conectan a la perfección con este sentimiento general”. Y delante de eso, se cuestiona Miró, “¿qué se puede hacer?”. Hay sólo dos opciones, afirma: “o plantas cara con un sistema de valores alternativo y una nueva agenda o bailas al mismo ritmo que la mayoría”.
Àngel Castanyer ha escrito recientemente (en Nou Cicle: Després de les eleccions) algo parecido: “En el País Valenciano donde el sol rústico está muy repartido, son muchas las familias que tienen tierra y las que no tienen, han tenido. Una recalificación en un pueblo donde el cultivo va a la baja es como una especie de Lotería de Nadal, a todo el mundo no le toca pero de alguna manera, de cerca o de lejos, todo el mundo participa de ‘la alegría’ -en toda la acepción de este término. Para no participar de estas ‘alegrías’ se tiene que tener una conciencia cívica que cuesta mucho más adquirir que perder; y para perderla tuvimos cuarenta años de franquismo. Contra una visión individualista y a corto plazo del fenómeno del “ladrillo” -beneficio personal inmediato e inconvenientes colectivos menos inmediatos- la batalla, ya lo sabemos, es dura y larga; y por este combate sólo disponemos de la ‘pedagogía de la política’”.
El problema de qué valores se convierten en dominantes no se da sólo en nuestro país: se plantea crudamente en toda Europa. Hoy es, probablemente, el reto fundamental de la izquierda. Mirad, por ejemplo, que ha pasado en las últimas elecciones en Francia. Se discutirá largamente sobre las razones del triunfo de Sarkozy; se analizará el origen social de su electorado; se comparará la seguridad y el dominio de los dossieres, la capacidad retórica o los programas del nuevo presidente y de Ségolène Royal, etc. Pero en el fondo está el hecho de que Sarkozy ha podido convencer una mayoría porque sus planteamientos y sentimientos se identificaban con los de esta mayoría. El mensaje de Sarkozy ha sido que en el país hay una gran cantidad de parados y subsidiados “tramposos”, que viven con la espalda derecha y a nuestra espalda; que hay una multitud de “asistidos” (inmigrados fundamentalmente) que no muestran ninguna gratitud, que viven del “cuento”, y que “pagamos entre todos”. Y que son la base exclusiva de los problemas de delincuencia: la “racaille” que hay que eliminar con desinfectante. En conclusión: hay que hacer más difícil el acceso al desempleo, reducir las ayudas a los “asistidos”, aumentar el control de los inmigrados, reforzar los dispositivos de la policía, desregular la actividad de los que “se esfuerzan” y quieren hacer dinero.
“Os lo digo con franqueza: Francia no puede continuar a hacer más y más para los que cometen fraude, abusan, no quieren trabajar, y menos por los que se esfuerzan y respetan los principios esenciales de una vida en sociedad”: palabras de Sarkozy al término de la segunda vuelta de las presidenciales.
Mensaje eficaz: no hay que saber exactamente quien son los “tramposos”, ni cuántos son. Sobre todo, no hay que averiguar si se sitúan arriba o abajo de la escalera social (abajo, es la indicación casi no encubierta: los extranjeros, los excluidos, los parásitos). Sólo hace falta que el elector se vea él mismo como una persona que trabaja, se esfuerza y es poco recompensada, paga demasiado al fisco y es traicionado y expoliado en nombre de la solidaridad asistencialista y burocrática que estimula una inmigración amenazadora de nuestra identidad. El pobre Le Pen sabe un poco, de la eficacia de este mensaje. A veces le ha ido bien; ahora ha sido la víctima. Ved, en “Le Monde” de hoy: La captation réussie de l’électoral du Front national.
Pero mensaje falso: la promesa de atribución de derechos y riquezas en función del mérito es una gran mentira, porque no se aplica nunca con equidad, para que no da los mismos derechos a todo el mundo, porque aumenta las desigualdades, porque perjudica las categorías más desfavorecidas (desempleados, trabajadores pobres, inmigrados, hijos de inmigrados).
Y sobre todo, mensaje arcaico. ¡Tenemos que ser muy papa natas, a la izquierda, para atribuir, por activa o por pasiva, un carácter de novedad a estos valores anacrónicos, más viejos que el ir a pie, que no se remontan al “Enrichissez-vous!” atribuido a Guizot, sino mucho más allá, en el fondo de los tiempos. Desde siempre, estos valores arcaicos que son la codicia insolidaria, la depredación, el expolio, el espejismo inconsistente que opone el beneficio propio a los bienes comunes, han estado presentes y en general han dominado la historia humana. Se tiene que ser bastante inconsciente para admitir acríticamente que eso es “moderno” e inevitable y que los valores de la izquierda son “antiguos” y destinados a la extinción.
¿Entonces, cuál es la novedad? Las novedades no se encuentran en los valores arcaicos de Sarkozy (o, salvando las distancias, de Camps o Rita Barberà): se encuentran en la intensificación y expansión desorbitadas de estos valores, a través de la sociedad mediática del espectáculo global y de la globalización acelerada. La novedad está en la contaminación de estos valores en todas las actividades humanas. Y la novedad está también en el antagonismo creciente entre estos valores y la sostenibilidad física y la cohesión social de nuestras sociedades: estos valores arcaicos determinan de manera creciente unas orientaciones destructivas para nuestras sociedades. Éstos son los retos de base de una izquierda del siglo XXI.
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