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La cuestión vital que hoy se plantea en Europa
Publicado por Raimon Obiols | 14 Febrero, 2009
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En este periodo de tormentas financieras y económicas provocadas por los años de desregulación neoliberal a ultranza, la cuestión vital que se plantea en Europa es cuál será la respuesta política dominante a la crisis.
Es decir, la cuestión de saber si habrá respuestas (para entendernos rápidamente) tipo “Obama”, con mayorías de gobierno más progresistas y responsables, o bien si dominarán respuestas en forma de explosión de los populismos (de extrema derecha, de izquierda de protesta o de los identitarismos y nacionalismos).
Si se produce de manera dominante este segundo tipo de respuestas, estamos apañados. No creo que se lleguen a configurar dictaduras, como sucedió con los fascismos de los años 30, pero sí gobiernos de derecha autoritarios y sin escrúpulos, que estimularán los miedos de la gente, sobre todo con planteamientos xenófobos. De hecho, en la Italia berlusconiana ya lo vemos en marcha, y parece que una larga temporada. La hegemonía de este tipo de gobiernos podría llegar a significar una verdadera implosión del proyecto de unidad europea. Tendríamos un largo período de rivalidades económicas entre los Estados, de dumping social y fiscal (con las correspondientes ofensivas contra los sindicatos), y de resurgimiento de los discursos y confrontaciones nacionalistas en Europa.
Una gran lección que el caso italiano nos proporciona es que las divisiones en el campo de la izquierda y el centro-izquierda son absolutamente nefastas. La primera posibilidad (los efectos “Obama” en Europa, para entendernos, de nuevas mayorías progresistas y europeístas) es la que tenemos que perseguir encarnizadamente y con la máxima unidad posible.
Nos jugamos muchísimo. Depende que el proceso de unidad europea continúe, que se pueda desarrollar una respuesta coordinada a la crisis financiera y bancaria, que se mantengan los modelos solidarios de la Europa social, que haya una política decidida de relanzamiento económico.
Una conclusión política que se impone, en este sentido, es que hay que reforzar los socialistas y socialdemócratas europeos como el elemento más potente para impulsar esta perspectiva. En Europa son necesarias mayorías de progreso en los diferentes países y hace falta, en el Parlamento europeo, un entendimiento de progreso. Eso implica que los socialistas sean fuertes, actúen unidos entorno al programa del PSE, y estén abiertos a la colaboración y a las alianzas con el conjunto de la izquierda y el centro-izquierda. Implica también la necesidad de que en el campo de la izquierda no socialista se prescinda de las políticas de confrontación y división. La puñetera manía de dividirse y escindirse permanentemente tendría que quedar como una triste experiencia de las izquierdas del siglo pasado.
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