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Las municipales en Cataluña: los partidos
Publicado por Raimon Obiols | 30 Mayo, 2007
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Leyendo los comentarios de la prensa después de las elecciones del domingo, me parece incuestionable que los bastonazos generales, prácticamente unánimes, los reciben los partidos. Si tenemos que hacer caso de las interpretaciones dominantes, la abstención es culpa de los partidos; el desinterés por la política es culpa de la política de los partidos; el aburrimiento, la fatiga, el escepticismo, las desilusiones de los ciudadanos son culpa de los partidos.
Yo no dudo de que un clamor tan general retrata un problema real, un problema de fondo. Pero tiendo a desconfiar de las cosas demasiado evidentes, y pienso que este coro de lamentaciones olvida algo importante: si hay una crisis de los partidos (y me parece evidente que la hay) esta crisis no es una causa sino una consecuencia de otras causas, de otros fenómenos. Fenómenos que están ahí, a la vista, pero que a menudo no se ven porque no se quieren ver. Realidades de las que se habla poco, de las que se escribe poco, porque no es cómodo hablar de ells (y a veces porque se tiene miedo a hablar).
En Cataluña decir “cul d’olla” a un político, aunque sea un político gobernante, en estos momentos es prácticamente gratuito (y aclaro inmediatamente que me parece magnífico). Como máximo se corre el riesgo de una regañina del jefe de prensa, sin más efectos concretos que una momentánea popularidad, a la Warhol, que te convierte por un cuarto de hora en el abanderado de la libertad de expresión, de la independencia de la prensa. Pero seamos sinceros: ¿cuando hablamos de “oligarquización” del poder de los partidos, y en los partidos, no nos estamos olvidando las otras oligarquías, las mediáticas, empresariales, financieras?
Dicho ésto, el hecho de que los partidos sean el chivo expiatorrio no le quita ni un gramo de verdad al hecho incuestionable de que existe, no sólo en Cataluña sino casi en todas partes, en este mundo de la globalización y de los cambios tecnológicos y sociales acelerados, una crisis de los partidos.
Crisis, empíricamente constatable, de afiliación: en el Reino Unido, al final de la segunda guerra mundial, el 6% de la población estaba inscrita en un partido político; hoy es menos del 2%. En Francia es menos del 1%. El fenómeno se ha acelerado a partir de los años noventa: en diez años, todos los principales partidos políticos europeos han visto una reducción de sus inscritos del orden de un tercio. Los partidos se vacían.
Crisis también, porque las identidades políticas son menos marcadas, las adscripciones ideológicas menos claras; los ritmos y el uso del tiempo, a menudo frenéticos, dejan poco tiempo para una vida de partido activa (si no se convierte en profesionalizada, institucionalizada); los medios de comunicación han difuminado progresivamente los límites entre noticia y entretenimiento; la lógica de la televisión se lo come todo; la comunicación política ha sido “mediatizada”, en el doble oído de la expresión, y se ha hecho más publicitaria, menos elaborada, menos auténtica, un sonido de hojalata, una sensación de falso …
Éstos y otros factores crean una distancia entre los partidos y la sociedad. La actividad más reducida y más pasiva de las bases de los partidos (que son una gran fuente de información sobre las prioridades del electorado, y un medio insustituible por comunicar con éste) fuerza a los grupos dirigentes a centrarse en encuestas y sondeos, y a ponerse en manos de profesionales de la comunicación. Estas dependencias y la urgencia del corto plazo reducen la capacidad de los partidos para generar inteligencia colectiva, orientaciones estratégicas, políticas de sentido, políticas de esperanza, instrumentos de colaboración y participación. ¿Si además sigue, un día sí y el otro también, el ataque contra los partidos, ¿qué podemos esperar, que no sea una crisis, un declive progresivo, ya no de los partidos, sino de la misma política democrática?
Hay que repensar la vieja distinción de Max Weber (vivir “por” la política, vivir “de” la política), e inventar nuevos análisis, motivaciones y métodos que se enfrenten al declive de los partidos. Alguien ha dicho que “vivimos con partidos del siglo XIX, con programas del siglo XX, para hacer fente a problemas del siglo XXI“. En buena parte es cierto y hay que moverse.
El objetivo no puede ser una imposible democracia sin partidos. No tendría que ser tampoco una democracia de opinión, al azar de la sonrisa del líder de turno y de su capacidad de recoger el máximo apoyo de los grupos de poder, del mundo del dinero. Experiencias de todo tipo nos indican que es de bobos someterse a la dependencia de líderes iluminados. La papeleta no se resuelve tampoco con el expediente de un cambio de leyes electorales (entre otras razones porque el problema a resolver se da en países con las más diversas leyes electorales).
El declive de los partidos, y la pérdida de confianza pública en las instituciones, puede llegar a crear un vacío peligroso. El objetivo tiene que ser la reforma de los partidos, la reconstrucción de los proyectos políticos, la recuperación de la política de las ideas y del sentido, la definición y puesta en marcha de formas innovadoras para el compromiso y la participación política.
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