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Contra el fatalismo
Publicado por Raimon Obiols | 2 Octubre, 2008
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La nota Adiós, socialdemocracia, adiós, que publiqué el pasado 24 de septiembre, ha suscitado algunas perplejidades. El lunes, asistiendo al debate de política general, una periodista del Avui (buena profesional y buena amiga) me preguntó si se trataba de una abjuración o era fruto de un estado de ánimo pesimista. Ni una cosa ni la otra, le contesté. Le dije a la amiga periodista que si encontraba algún texto o declaración mía donde yo me proclamara socialdemócrata le pagaba con gusto, no una cena sino unas vacaciones en las Canarias. Nunca me he definido socialdemócrata, aunque entiendo perfectamente que otros me pongan esta etiqueta, porque la gente no tiene la obligación de hacer matices (para mí no es una cuestión de matiz sino de definición ideológica y de identidad política: por diversos motivos me considero socialista, demócrata, de izquierdas y reformista; no socialdemócrata).
Con respecto al pesimismo haría falta también una precisión. No se trata de pesimismo, sino de irritación. Hoy, en El País, Josep Ramoneda describe una situación que es la que motiva mi exasperada impaciencia; reproduciendo algunos fragmentos me ahorro trabajo:
“Hace años que alguna gente sensata venía advirtiendo que la burbuja inmobiliaria era insostenible o que las dimensiones del globo financiero atentaban contra la más elemental racionalidad o que los resultados que obtenían algunas compañías eran insostenibles. Estos reiterados avisos no sirvieron para nada” (…)”Se supone que el liderazgo del cambio es la razón de ser de la izquierda y del reformismo. O están de vacaciones o están desaparecidos. No hay alternativa. Esta es la señal que emiten los que deberían proponer alternativas” (…)
”A fin de cuentas el problema es éste: la economía se ha globalizado y la política no, sigue siendo nacional, con lo cual carece de poder para gobernar la globalización. Por esto los reformistas y los de izquierdas se han convertido en resignados conservadores, a la espera del caos“.
Tal vez habría que añadir que esta constatación es válida tanto para las socialdemocracias europeas (en pleno síndrome de estrabismo agudo) como con respecto a las izquierdas “alternativas” sin alternativa (más allá de la denuncia, la crítica y la espera). Y que lo es también para aquellos que desde el socialismo nos hemos esforzado con pocos resultados, en la última década, para construir una alternativa política de progreso global, de nuevo internacionalismo, de construcción de un partido socialista europeo, y de desarrollo de una nueva relación entre partidos, movimientos y organizaciones de la sociedad civil. ¿Estaremos a tiempo?
Ramoneda acaba el artículo haciendo la pregunta “¿Nadie es capaz de convertir la crisis en una oportunidad de regeneración?”. Ésta es la cuestión. La crisis actual no nos tendría que llevar al pesimismo o al fatalismo, sino al optimismo de la voluntad y a la percepción que tenemos enfrente, efectivamente, una oportunidad que hay que cazar al vuelo. Y que no tenemos demasiado tiempo.
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