« Rajoy y la fatiga | Inicio | ¡Por muchos años, PSC! »
Los pronósticos de Lluis Foix
Publicado por Raimon Obiols | 5 Marzo, 2008
Imprimir
“Llega una crisis de grandes dimensiones“, titula Lluis Foix una nota en su blog. Y acaba su texto acentuando la nota: “Se acerca una crisis de dimensiones colosales. No será como la de 1929 o la de los años setenta del siglo pasado. Puede ser una crisis global que hunda el sistema globalizado que cabalga sin leyes, sin fronteras, sin escrúpulos. Los políticos no llegarán a tiempo porque no se habrán previsto los instrumentos para combatir un gran cataclismo’.
Hace unos meses leí una predicción parecida de Michel Rocard, referida a la situación económica global: “Vamos contra las rocas y no a largo plazo. Todo esto es tan grave y tan peligroso que no hay otra prioridad que tratar de detener estos riesgos”.
En una época ya lejana, desde el movimiento obrero se preveía la desaparición ineluctable, a más o menos plazo, del capitalismo. Esta previsión no procedía únicamente de los socialistas: en 1942, Joseph Schumpeter afirmaba, en su libro “Capitalismo, socialismo y democracia“, que “una forma socialista de sociedad surgirá inevitablemente de una igualmente inevitable descomposición de la sociedad capitalista” y añadía que esta afirmación “se estaba convirtiendo rápidamente en una opinión general incluso entre los conservadores”. Hoy, en cambio, sobre todo después de la implosión del sistema soviético y de unas décadas de hegemonía de la ideología neoliberal, la situación es diametralmente opuesta. Bien pocos se plantean una perspectiva de salida de la economía de mercado o de superación del capitalismo, y de manera recurrente los socialistas son interrogados y tienen que dar explicaciones sobre su aceptación del mercado. En cambio, paradójicamente, los “insiders” del capitalismo, los mejores conocedores de sus tripas, son los que se muestran críticos con la evolución del sistema, se inquietan muy seriamente sobre su futuro y levantan la voz de alarma: dicen que “el capitalismo ha perdido el entendimiento“, para utilizar una expresión de Joseph Stiglitz, antiguo economista en cabeza de la Banca Mundial.
Estas voces expertas alertan, con inquietud creciente, sobre las grandes evoluciones de la estructura del capitalismo mundial. Señalan que, en la contraposición entre el capital y el trabajo, el primero ha ganado y ha impuesto su poder, no únicamente sobre los asalariados sino sobre cualquier pretensión democrática de regulación. Señalan, sobre todo, que se ha producido una enorme disociación en la propia esfera del capital, de manera tal que los propietarios – accionistas (constituyendo un capitalismo anónimo y global) buscan el enriquecimiento disociándolo de cualquier espíritu de empresa y de cualquier otra consideración que el máximo provecho, como más deprisa mejor.
“Los poseedores del capital, que hay que diferenciar de los jefes de empresa“, ha escrito Jean Peyrelevade, un antiguo patrón del Crédit Lyonnais, “son los 300 millones de accionistas (la mitad en los Estados Unidos) que hay en el planeta. Desde 1947, la parte de los dividendos en la renta nacional, tanto en los EE.UU. como en Francia, ha cuadruplicado: la remuneración de las acciones aumenta aproximadamente dos veces más deprisa que la tasa de crecimiento. El instrumento mismo de la inversión a largo plazo -la acción- se ha convertido en el apoyo líquido de especulaciones a muy corto plazo en la esfera financiera“.
El capitalismo es un sistema injusto, cruel e inestable, pero de una implacable eficacia en su producción simultánea de riqueza y desigualdad. Es un formidable mecanismo de creación de riqueza, que hoy se muestra en plenitud, sobre todo en las potencias emergentes como la China o la India. Pero lo grave es que, a la vez, el capitalismo globalizado de hoy, el “capitalismo total“, tiende a liquidar todo contrapoder, toda forma de regulación o de contrapeso social y político, y va transformándose él mismo, produciendo cada vez mayores interdependencias y generando, en consecuencia, una inestabilidad y una incertidumbre crecientes (una crisis de hipotecas inmobiliarias en los Estados Unidos, por ejemplo, provoca efectos globales).
Por otra parte, los mercados bursátiles tienden a suplantar las bancas como principal herramienta de financiación, y buscan la máxima rentabilidad, con nuevos instrumentos dinámicos e “imaginativos“, de riesgo muy elevado. En el mundo, unos pocos centenares de millones de accionistas capitalizan su dinero a través de unos cuantos millares de gestores de activos, que imponen sus criterios a los dirigentes de las empresas cotizadas en bolsa. Empresas obligadas a generar una rentabilidad inviable: los beneficios no pueden crecer indefinidamente al 15% cuando la producción crece al 5%. De aquí la reducción de parte de los salarios, las deslocalizaciones en países de sueldos bajos, la reducción del peso relativo de la economía productiva, el riesgo creciente de crisis contagiosas.
Yo no sé si aquellos que, como Lluis Foix prevén “un gran cataclismo” acertarán en sus pronósticos. Espero que no, y ellos seguramente también desean equivocarse. Pero es evidente que tienen toda la razón al señalar que vivimos una situación extremadamente peligrosa, que pide a gritos la aplicación de reformas globales. Y me parece que el problema, en este campo, no es tanto la “inconsciencia de los políticos” como el enorme decalaje que los años de hegemonía neoliberal y de globalización acelerada han generado entre la potencia de los mercados y el poder de la política. Ojalá la conciencia de los riesgos de crisis global provoque una corrección de rumbo y un nuevo equilibrio entre mercado y política.
- Jean Peyrelevade, Le capitalisme total, Seuil, Paris 2005.
Categorias: General, Mundo, Trabajo | Sin Comentarios »