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Cuba con otro Castro
Publicado por Raimon Obiols | 27 Febrero, 2008
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Estuve en Cuba hace unas semanas y había dicho en este blog que escribiría sobre mis impresiones después de la reunión de la Asamblea Nacional del pasado domingo día 24, que eligió a Raúl Castro como sucesor de su hermano. Éstos son mis comentarios. No soy un experto “cubanólogo” y más bien desconfío de los especialistas sobre la isla. Un enviado especial del diario italiano La Repubblica en La Habana, Alberto Flores d’Arcais escribía ayer que “como en todos los regímenes comunistas, con el fin de comprender si en Cuba está cambiando alguna cosa, hay que estar atento a las pequeñas señales, hay que leer entre líneas”.
Pero con todos los respetos por Flores d’Arcais ¿a qué pequeñas señales se refiere? ¿Qué hay que leer, con el fin de leer “entre líneas”? ¿Hay que esudiar minuciosamente los discursos de los gobernantes con el fin de apreciar algún matiz especial? ¿Preguntar qué piensan a los cubanos de las calles de La Habana? ¿Leer la prolija prosa oficial de Granma o los innumerables blogs y páginas web de los exiliados? ¿Estudiar los textos de los expertos que llevan décadas haciendo y rehaciendo sus análisis sobre la situación cubana? ¿Interpretar las diferencias infinitesimales en los porcentajes de votación unánime de los miembros del Consejo de Estado? No creo que estas actividades sean inútiles, sobre todo si se tiene que escribir cada día una crónica periodística. No dudo de que estas auscultaciones y atentas lecturas puedan dar alguna luz. Quizás tiene alguna significación el hecho de que Machado Ventura haya obtenido “únicamente” el 98,69% de los votos en la Asamblea nacional (¡detrás de otros candidatos que han obtenido mayorías todavía más amplias!). Lo desconozco. Pero de cara a las previsiones de futuro, me parece que el fiasco de la “kremlinología” en el siglo pasado debería habernos vacunado.
En una situación como la cubana, más que las sutilezas analíticas sobre textos, discursos y porcentajes, aquello que puede permitir hacerse alguna idea aproximada, si no de aquello qué sucederá, al menos de aquello que está sucediendo, es ver las fotos de conjunto, los problemas grandes, fiarse de las impresiones generales. En este campo, al menos, las cosas son un poco más claras. En cambio sobre los futuribles del régimen y del país, en una situación política y sociológicamente tan opaca, con unas estructuras de poder tan herméticas, el estudio de los detalles y de los matices “entre líneas” puede ser un ejercicio entretenido, pero yo no sacaría del mismo ninguna conclusión con respecto a las previsiones de futuro, porque el riesgo de equivocarse es superior a las posibilidades de acertar. Supongamos, por ejemplo, que en la cima de la nomenclatura cubana, o en círculos restringidos de la diplomacia del Vaticano o de alguna otra potencia, haya algún conocimiento concreto sobre lo que sucederá en Cuba en los próximos tiempos (cosa que dudo): no nos lo comunicarán, ni que sea “entre líneas”.
En cambio aquello que es visible es visible, si vale la redundancia. José Agustín Goytisolo, de estirpe medio catalana – medio cubana, decía que para entender un poco Cuba había que partir de esta doble base: en primer lugar, que aquello qué va mal en nuestra sociedad, allí va bien, y al revés; y en segundo lugar, que las comparaciones no tienen que hacerse entre Cuba y Europa, sino entre Cuba y los países de su entorno, caribeño, centroamericano o latinoamericano.
Si vamos a las cosas generales, vemos un pueblo de, por una parte, once millones y medio de personas que viven en la isla y, por otra, un millón y medio que vive fuera. Con un reto de reconciliación nacional pendiente. Vemos un pueblo que puede llevar a los hijos a la escuela y a la universidad (se habla, en Cuba, de “universalización de la enseñanza superior“, cosa quizás única en el mundo) pero que malvive con unos salarios de miseria. Un pueblo que tiene que convivir con un sistema de dos monedas (peso convertible y peso nacional) con unas distorsiones insostenibles y humillantes (un cubano con acceso a propinas puede ganar en unas horas lo que gana un médico en un mes). Un pueblo que dispone de un elevado nivel cultural pero también de un sistema de viviendas insalubres y degradadas, infraestructuras deplorables y delicuescentes, transportes públicos exasperantes, en muchos casos casi inexistentes. Un pueblo que exhibe un orgullo nacional notable, incluso un cierto sentimiento de excepcionalidad, pero que tiene que importar casi todo lo que come, y que tiene casi la mitad de las tierras cultivables sin producir. Un pueblo que come desde hace muchos años con libreta de racionamiento. Un país que proclama enfáticamente su independencia, pero que tiene una brutal dependencia alimenticia y depende en buena medida del petróleo y de los créditos de Chávez.
Vemos, en un terreno más directamente político, una élite de poder más articulada que las exhaustas nomenclaturas del bloque soviético de finales de los ochenta, con más presencia y más instrumentos dentro de la sociedad cubana; unos grupos de oposición activos, maduros y ejemplares algunos, otros violentos y extremistas, en cualquier caso muy fragmentados y divididos; y una opinión pública que se debate entre el malestar cotidiano causado por la pobreza y por los controles del poder omnipresente del Estado, y el temor a empeorar sus condiciones de vida, en términos de vivienda, educación y salud, si una transición política fuera capitaneada por los Estados Unidos y por un exilio cubano pidiendo la restitución de las propiedades confiscadas hace medio siglo.
¡Y vemos los Estados Unidos! Ahora, el cardenal Bertone, enviado del Vaticano, ha pedido de nuevo que acabe un embargo “injusto, opresivo y que viola la independencia de Cuba”. Habrá que ver qué sucederá con una nueva presidencia norteamericana. El hecho es que, de manera sólo aparentemente paradójica, la política de embargo norteamericana ha sido durante décadas un refuerzo persistente del régimen, y de su inmovilismo. “Sin el boicot norteamericano (esta daga que nos apunta al cuello) todo sería posible“, nos decía un dirigente cubano en La Habana. Gírese la frase al revés y también tiene sentido.
Todo eso, me parece, configura un panorama que apunta, por una parte, a la necesidad vital, por parte del poder cubano, de efectuar cambios ineludibles ante la situación desastrosa de los salarios, la moneda, la agricultura, la vivienda, el transporte; para dar una perspectiva a unas generaciones jóvenes que quieren vivir en libertad, viajar y abrirse al mundo (como le dijeron hace unas semanas en Alarcón en la sesión-piel de plátano de la Facultad de informática, sobradamente difundida en YouTube).
En este sentido, que en el nuevo Consejo de estado haya una presencia bien visible de “abuelos de la revolución” no tendría que interpretarse, me parece, en un sentido de imposibilidad de este necesario proceso de cambios, sino quizás en un sentido contrario, como una especie de garantía preliminar. Otra cosa distinta es si tales cambios son posibles. Es decir: si un sistema como el cubano es o no es congénitamente (in)capaz de generar la riqueza material que le es vital para su supervivencia en los próximos años. El dilema del poder en Cuba es éste: como hacer cambios económicos y sociales sin hacer cambios políticos. Con el añadido de que la historia parece enseñar que las situaciones de mejora relativa de las condiciones económicas y sociales no sólo no frenan las ansias de cambio político sino que las acentúan. No sé qué sucederá en Cuba en los próximos tiempos, pero me parece que un pronóstico sí que se puede adelantar: si en Cuba mejoran las condiciones de vida, la presión popular por un cambio político no disminuirá sino que aumentará.
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