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¿Existe el progreso?
Publicado por Raimon Obiols | 23 Febrero, 2008

¿Existe el progreso? Se puede responder que sí, pero menos de lo que querríamos. Joan Salvat-Papasseit decía que “el mundo anda poco, pero anda”.
A principios del siglo XX, en Europa, la creencia en la idea de progreso era sobradamente compartida. La visión de futuro que tenían escritores, artistas o políticos era mayoritariamente muy optimista. La burguesía (la que vivió realmente la “belle époque”) mostraba su confianza en el progreso constante del comercio, la técnica, la ciencia, la cultura. Los trabajadores (que no vivían ninguna bella época) confiaban, sin embargo, en su creciente fuerza, en el éxito de sus luchas: tenían una fe optimista en el porvenir, en “el sol de l’avenir”.
Vino después un siglo de guerras y totalitarismos (la “edad de los extremos”, en expresión de Hobsbawm), con una secuencia de acontecimientos tan terribles que la propia noción de progreso ha sido cuestionada, como sí fuese una cosa del pasado, un breve periodo de la historia europea.
Hoy, a inicios del siglo XXI, tenemos considerables dificultades a la hora de manejar el término de progreso: las posiciones que sobre lo mismo dominan en Europa son de escepticismo. Parece que cuánto más una sociedad ha progresado (más ha generado oportunidades, derechos, libertades o garantías) más complicada se hace la noción de progreso, más incierto es definir qué es y qué no es progreso, como se califica, como se mide el progreso. Por otra parte, el crecimiento de la riqueza, del PIB, del consumo, ha introducido en nuestras sociedades nuevos problemas, nuevos conflictos y nuevos dilemas.
Eso lleva a algunos a afirmar que hay que abandonar la propia noción de progreso: es olvidar en los otros, a la mayoría de gente pobre, humillada, oprimida, que aunque no se haga demasiadas ilusiones sobre el futuro, tiene del progreso una idea muy concreta (y cree, quiere creer, necesita creer). Cuestionar la noción de progreso es también perder la perspectiva con respecto a la propia condición: incluso los que la niegan se negarían a ponerse en manos de un dentista del siglo XIX.
Resta, sin embargo, la incertidumbre sobre la noción de progreso general, que nos impide la confianza propia de un pasado que hoy consideramos excesivamente optimista e ingenuo. Es una incertidumbre que deriva del hecho de que hoy sabemos que una idea de progreso no puede estar establecida sobre la confianza en una pauta lineal y unívoca, y que la idea de progreso tiene que estar pensada en una diversidad de dimensiones que, además, pueden entrar en contradicción entre ellas.
La conclusión a sacar es, me parece, doble:
1/ a la noción de progreso hay que sumarle siempre la necesidad de información, debate y decisiones libres, plurales y pluridimensionales, para resolver democráticamente el conflicto inevitable que surge cuando se valoran sólo los costes y beneficios de un progreso en una sola dimensión;
y 2/ una idea lineal e incrementalista de progreso se tiene que aplicar solamente en el crecimiento de los derechos y de la igualdad, a fin de que los hombres y las mujeres de todo el mundo puedan alcanzar las condiciones para debatir y decidir democráticamente sobre el progreso que quieren. No tenemos que ser intransigentes sobre qué es o qué no es progreso; lo tenemos que ser enfrente de todo aquello que niega o impide a los derechos colectivos para deliberar y decidirlo en libertad.
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