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    La privatización del poder

    Publicado por Raimon Obiols | 29 Enero, 2008


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    Hay dos fenómenos potentes de nuestra época que parecen contradictorios pero que en realidad se complementan y se retroalimentan. Tienen que ver con la privatización del poder en nuestras democracias.

    Por una parte, los asuntos privados se convierten en asuntos públicos. Como ha escrito Daniel Innerarity, se verifica “la transparencia de la intimidad de los gobernantes” como modificación del “esquema de articulación entre lo público y lo privado” y “extroversión de aquello personal en los escenarios públicos”. Creemos que este fenómeno responde, a la vez, a la necesidad de dar “emoción” a las ofertas políticas en sociedades donde la densidad ideológica y las identidades políticas se debilitan, y también de adaptarse y sacar beneficio de las enormes presiones de los grandes medios de comunicación, especialmente los audiovisuales, que piden entretenimiento, emociones y espectáculo, también en el campo de la política. El hipermediático Sarkozy es, de momento, el ejemplo europeo más salido bien de este fenómeno de “extroversión” de lo privado en la esfera política: sus vicisitudes personales constituyen una parte sustantiva de su comunicación con el electorado.

    En segundo lugar, cuando hablamos de “privatización del poder” nos referimos a un fenómeno de signo aparentemente contrario: el poder de decisión tiende a concentrarse y a esconderse en pocas manos, a hacerse anónimo, oculto e incontrolado. Es una consecuencia, entre otras causas, del incremento de la complejidad creciente en el campo de las decisiones políticas y económicas, en unas democracias de débil intensidad y de escasa implicación ciudadana. Es un fenómeno, no de “extroversión” sino de “introversión” del poder.

    En el campo económico, la financiarización y la desregulación de la economía crean situaciones de sofisticación e irracionalidad de los procedimientos que alcanza a veces desequilibrios y agujeros casi surrealistas en el poder de decisión y produce escándalos que no pueden ser ocultados.

    “Es una persona muy tímida, nada extrovertida” declaró un dirigente de la banca francesa Société Générale describiendo a uno de sus brokers, Jérôme Kerviel, que especulando “en solitario”, aparentemente al margen de todo control y de manera fraudulenta, puso en riesgo, a principios de 2008, 50.000 millones de euros de la banca y produjo finalmente unas pérdidas de “sólo” 4.900 millones de euros.

    Los abogados defensores de Kerviel afirman que “era la Banca la que levantaba cortinas de humo para cubrir sus pérdidas” acusando su broker. Pero sea cuál sea la verdadera causa del escándalo (que probablemente no conoceremos nunca) aquello que impresiona es la extraordinaria “introversión” y concentración en pocas manos del poder de decisión en estos ámbitos.

    Un antiguo directivo del Crédit Lyonnais, Jean Peyrelevade, dice que en el mundo hay unos trescientos millones de accionistas (la mitad de ellos norteamericanos) que capitalizan su dinero a través de unos millares de gestores de activos, que imponen sus criterios a los dirigentes de miles de empresas cotizadas en bolsa.

    En el campo de la política crece también este enorme desequilibrio a favor del poder privado, minoritario y opaco. En muchos países, los grupos reducidos de “expertos” cooptados por los jefes de gobierno tienden a interferir e imponerse en la acción ministerial, sin que tengan que rendir cuentas a nadie más que quien los llama. Un caso notable fue la práctica de gobierno del New Labour de Tony Blair: una centralización extrema y bastante opaca de las decisiones, con equipos reducidos imponiéndose sobre el propio gobierno, sin ninguna transparencia (Peter Mandelson, uno de los principales consejeros de Blair era definido por los laboristas como “una persona capaz de hacerse invisible a plena luz del día”). Mo Mowlam, que fue un destacable secretario de Estado para Irlanda del norte, se quejaba de que “más y más decisiones se toman (por el staff del primer ministro) sin consultar al ministro correspondiente” y denunciaba “la tendencia centralizadora y arrogante de nº 10 de Downing Street”, y decía que “la falta de inclusión del gobierno, de los parlamentarios, de los miembros del partido y de los sindicatos llevaba a tomar malas decisiones”. Jonathan Powell, la cabeza del staff, no se privaba, por su parte, de confirmar esta visión: advertía a su equipo que se había producido “un cambio del sistema feudal de los barones a un sistema más napoleónico” y que “el consejo de ministros había muerto hace años” porque “difícilmente no funciona en ningún sitio en el mundo de hoy” que requiere “un fuerte liderazgo en el centro con una estructura adecuada a su alrededor”.

    “Extroversión” e “introversión” del poder privado sobre la cosa pública son dos caras de un mismo problema: el de la privatización en pocas manos del poder de nuestras sociedades. No hace falta ser mal pensado para ver que la “extroversión” (el espectáculo mediático) tiene por función cubrir y disimular la “introversión” (la privatización del poder). De aquí la necesidad creciente de “democratizar la democracia” si se quiere hacer frente a estas situaciones.

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