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    Socialistas y mercado

    Publicado por Raimon Obiols | 14 Enero, 2008


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    La derecha acostumbra a decir que los partidos socialistas y socialdemócratas, con el fin de “modernizarse”, tienen que “asumir el mercado”. Si fuese honesta, cosa que dudo, sería un planteamiento ridículo. La cuestión no es si está a favor o en contra del mercado, sino si se acepta o no que el único mecanismo de regulación de nuestras sociedades sean los mercados autorregulados. Hace milenios que los humanos han aceptado la ley de la gravedad pero, por suerte, no la han considerado como la última palabra: han hecho casas, puentes y aviones “contra” la ley de la gravedad; la han gobernado …

    Lionel Jospin proclamó, en un momento dado, que los socialistas decían “Sí a la economía de mercado y no a la sociedad de mercado”. Es una formula simple, que hizo fortuna. Como declaración de intenciones, muchos la han hecho suya. En sus concreciones, la cuestión no es simple y requiere tal vez planteamientos más complejos. De hecho, no le faltaba razón a Karl Polanyi, el autor de “La gran transformación” (que tan a menudo cita José Luís López Bulla), cuando decía que “una economía de mercado sólo puede funcionar en una sociedad de mercado”. Se refería, naturalmente, en el modelo de economía de mercado que después han teorizado radicalmente los neoliberales: una economía en la que el mercado, y sólo el mercado, se autorregula sin interferencia.

    No se trata de cuestionar el papel irreemplazable del mercado. Se trata de constatar que, de hecho, sólo una minoría acepta, por interés o por ideología, el principio de una economía en la que el mercado autorregulado se impone, sin normas ni regulaciones, a los seres humanos, al trabajo, a la cultura, a la salud, al conjunto de las relaciones humanas, a toda la vida social, a la naturaleza, a las generaciones futuras …

    En este sentido, un elemental sentido del equilibrio y de la razón lleva a la conclusión que no son los socialistas y la izquierda los que tienen que dar pruebas de “modernización” abjurando de toda “reticencia” hacia la economía de mercado. Por el contrario, después de unas décadas en las que los mercados desregulados han extendido de manera tan absoluta el su dominio (con consecuencias lo bastante conocidas en términos de desigualdades, inestabilidad, desequilibrios sociales y ambientales), me parece que son más bien los panegiristas neoliberales los que tendrían que dar explicaciones sobre las consecuencias sociales y morales de sus planteamientos doctrinarios.

    Aquello que está de manera creciente al orden del día es la afirmación que son los hombres y las mujeres los que tienen derecho a hacer su propia historia. Que tienen que tener en cuenta, naturalmente, las fuerzas y mecanismos económicos y naturales, pero que no se tienen que subordinar acríticamente y de una manera fatalista, como si de míticas fuerzas sobrenaturales se tratara. Y que, a partir de este realismo, tienen la capacidad de cambiar la realidad en un sentido racional y razonable, justo y positivo.

    Las explicaciones las tienen que dar los que, por interés o por doctrinarismo, reducen a la sociedad y el ser humano a la condición de variables dependientes del mercado.

    Los socialistas afirmamos la posición de la gran mayoría: la economía de mercado tiene que ser equilibrada a favor de la solidaridad social, la sostenibilidad ambiental, la integridad y dignidad de las personas, la valoración de los bienes públicos y de la calidad de vida, la primacía de la política democrática como instrumento de decisión e implementación de las opciones colectivas. Los retos que hoy se plantean no consisten a coger más dosis de mercado; son los de hacer vivir las instituciones colectivas democráticas, los bienes públicos y la cohesión social, en el nuevo terreno histórico marcado por la globalización y las nuevas conquistas tecnológicas.

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